jueves, 9 de noviembre de 2017

La Sociedad civil y el Estado



La Sociedad civil y el Estado 


Partamos de la distinción hecha por Hegel entre la sociedad civil y el Estado para hacer una primera distinción entre el individuo y el ciudadano. La sociedad civil es el dominio de la producción y del trabajo, de las transacciones comerciales, de las relaciones establecidas por medio de contratos entre los individuos (comprar o vender, alquilar servicios, obtener un empleo, crear una empresa, etc.). Es también el dominio de la lucha o de la competencia entre los individuos y las familias, según la suerte, el mérito, las capacidades de iniciativa personales, etc. Aquí, la desigualdad y la diferencia son consideradas como motores de productividad, puesto que las disparidades entre las competencias y las necesidades son la causa de intercambios, de trabajo y de iniciativas. Cada uno puede vender un saber indispensable a otro, comprar los bienes que necesita o desea, alquilar los servicios que él mismo no puede asumir… El Estado, por su parte, se eleva por encima de la sociedad civil, para organizar una esfera de la vida en común donde la libertad y la igualdad llegan a realizarse más allá de las diferencias naturales y sociales: libertad de expresar su opinión mediante el voto, igualdad de todos ante la ley. Si el Estado mismo es también un empleador (cuyos empleados son funcionarios) le hace falta respetar estrictamente los principios de un Estado de Derecho (igualdad de oportunidades, igual trato a los ciudadanos por el medio, por ejemplo, de reclutamiento por concurso donde el anonimato debe impedir lo arbitrario). El ciudadano no es simplemente, entonces, Bürger (traducción literal: el « burgués”, miembro de una “ciudad” en el sentido general de una sociedad), sino Staatsbürger, miembro de un Estado. Mientras que la sociedad civil es el dominio de las individualidades y de los individualismos, el Estado aparece como la esfera del “altruismo”, donde cada uno no puede comportarse sino a través de reglas iguales para todos. Para Hegel la ciudadanía no tiene solamente una significación política, tiene también una significación moral: el individuo supera su propio egoísmo al volverse miembro de un Estado para el cual consagra una parte de sus ingresos y de sus ocupaciones y para el cual puede ser llamado incluso a dar su vida en caso de guerra. Para Rousseau, ser ciudadano tiene igualmente una significación moral: el Estado debe superar la desigualdad social, la dependencia de los hombres unos de otros. Incrementar la parte del Estado en la existencia colectiva es aumentar la igualdad de oportunidades. Por encima de intereses particulares existe la parte irreductible del interés general. Sin embargo, Hegel ha sido acusado de hacer del Estado una suerte de Dios todopoderoso al cual había que sacrificar la libertad de los individuos. Se le ha reprochado haber incentivado una concepción pre-totalitaria del Estado que habría influenciado a Marx y, a través de él, al totalitarismo comunista. En cuanto a Rousseau, él ha sido considerado como un nostálgico de la ciudadanía antigua, como un anti-moderno, y como un teórico del poder absoluto del Estado sobre los individuos. Sea cual fuere la parte de exageración y de mala fe que entra en estos juicios, no es menos cierto que ellos muestra que existe otra manera de comprender la ciudadanía y de querer ser ciudadano: esta concepción pone el acento sobre la primacía de la libertad individual.  

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